miércoles, 8 de septiembre de 2010

Es esta la calle


Todo comienza por un invento, coincidentemente ideado por la especie más ociosa sobre la faz de la Tierra, la raza humana, que gira y gira; provocando el desplazamiento de otra ingeniosa invención, igualmente concebida y diseñada, en principio para el ahorro de energía y tiempo al trasladarse. Pequeño detalle el que hoy en día se llega a la esquina más rápido caminando que esperando a que avance el tránsito.

De repente todo es una maquinaria atareada. Es sólo asfalto, es sólo concreto, ladrillo y varillas. Es sólo el bullicio y la fresca madrugada. Es sólo el tiempo conjugado al espacio. Son sólo las nueve de la mañana en la Ciudad de México.

En el epicentro de la urbe que se convulsiona, David Rodríguez Muñoz; ayudante del expendio de periódicos “Roberto Ruiz”, ubicado en la calle de Vacilio Badillo de la delegación Cuauhtémoc; trabaja desde hace seis horas.

Rodríguez Muñoz tiene 37 años, de los cuales 21 se ha dedicado a la labor de repartir periódicos. Cerca de las tres de la mañana espera a que salgan de la imprenta los ejemplares. Para las 05:00 horas debe de haber cargado y repartido los diarios a la sucursal de Xochimilco, al sur del mapa citadino.

Ahora que el día ha comenzado y los niños, tomados de la mano por sus padres, llegan al colegio de la esquina apresurados; él sigue cargando su camioneta con los diarios rezagados. Platica unos segundos y vuelve a sus tareas tras el “!Órale cabrón! ¡Luego te ligas a las chamacas de la Setién!” que vocifera su supervisor.

Mientras tanto la avenida Paseo de la Reforma es un río congestionado por automovilistas obsesionados con el movimiento. Por momentos se contienen, mas no pueden evitar seguir avanzando hacia algún destino incierto.

Sobre la banqueta fría no sucede nada y sucede todo. La gente va porque tiene que hacerlo. Es un día nublado pero conforme van pasando los minutos el Sol amenaza con hacerse presente.

Al otro lado se encuentra el barrendero, con su traje naranja que resplandese y lo identifica, esperando algo. Podría ser él el hombre que pasa a su lado, vestido de traje color caqui, con un café en una mano y el celular en otra; pero él sólo espera, él no corre, él no se estreza. Toma con ligereza su escoba y presiente que alguien lo observa. Comienza a barrer el negro asfalto con cierta indignación porque sabe que, por más que acicale con su arma, el piso permanecerá siendo negro.

Pero realmente nadie se inmuta. Quizá hayan pasado, en el transcurso de unos 5 minutos, unas 40 personas cual zombies. Porque esta es la Ciudad, la época, donde se debería haber inventado una nueva manera de medir el tiempo. Las horas no son horas aquí y los minutos no son 60 segundos para los capitalinos. Pregunten a los que ahora aguardan desesperados a que el semáforo, en un gesto solemne, se tiña de verde.