miércoles, 28 de diciembre de 2011

La llevo entre mis piernas

La llevo entre mis piernas
dentro de una cajita,
reducida toda.
Comida para peces, huesos triturados.
La llevo entre mis piernas
para recordar que soy mujer fértil.
En un acto de amor
la llevo sujeta entre mis piernas
para después soltarla al mar
 y darle cuerda al reloj de los años.
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Acá te dejo madre,
en lo físico,
junto con la imagen del acto ritual
y unas cuantas lágrimas que se escapan,
añadidos miligramos que sobran en estas aguas saladas.
Acá te quedas,
bajo este cielo moreteado,
donde los brazos de la tierra seducen por la noche
y por la tarde olvidan.
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La Paz es tan árida, dulce y engañosa,
mujer promiscua sin sueño.
Quiero vivir aquí para morir con lo extraordinario a la puerta
y poder mandarme a la chingada.
Dicen que si llueve dos veces al año es un acto divino.
Aquí el verbo precipitarse adquiere un significado alentador.
Acelera en un curva y cierra los ojos,
recorre impacientemente el charco de agua hasta encontrarle fondo.
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Tus ganas. Tu filantrópico deseo de hacernos pasar por esto,
llegar hasta este ridículo punto de auto reconocimiento,
reveló mi carga:
una intensa rabia,
una envidia enorme a lo efímero,
a la inmensidad.
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Nada que apurar.
Pago el doble por la aerolínea que renuncie a la amabilidad desbordada,
que sea capaz de hacerme sentir,
en todo el sentido de la palabra,
sólo una pasajera.
Viajo con un reloj prestado y evito adoptar el horario local
como recordatorio forzoso del allá.
Realidad torcida me espera de regreso.
Mi cuerpo,
todo espera de regreso.