jueves, 18 de agosto de 2011

A la espera del desaparecido


Este lugar encierra el recuerdo de hijos perdidos. Como si los altos cerros que rodean Monterrey fungieran de cerco, en la memoria de los padres sobreviven ellos, en ésta realidad a medias, desaparecidos aquí, originarios de cualquier lado.

Pero quienes están aquí son otros, los que ya lo han perdido todo, los que viven del recuerdo. Concientes de no perder más, no son víctimas, las víctimas fueron sus hijos, son sobrevivientes. Se les escucha recitar una y otra vez esas historias que revuelven el corazón. Manifiestan sin obtener respuesta “¿Dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?” Y, a diferencia de los asesinatos resultado del crimen organizado, poco se habla de la cifra calculada de los desaparecidos en México, que no son cifras, son familiares de alguien,  en este caso hijos desaparecidos.

¿Y dónde están esos jóvenes desaparecidos vivos o muertos?

En este tiempo y en este mundo en el que vivimos nada puede justificar el dolor de esos padres. Tal vez en otras realidades sí, cuando perder, dar por desaparecido o muerto a un hijo, sea un proceso natural en la vida. Exigir justicia en este país de impunidades se ha convertido en su duelo por sobrellevar.

Al llegar a la ciudad de Monterrey Roberto Galván no quiere dar entrevistas. Sale al patio de la casa, en donde los integrantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad fueron recibidos por organizaciones civiles del estado, y se dispone a estar solo. Sin poder salir a la calle, porque le advierten es muy peligroso, mira las luces de las torretas en las patrullas que resguardan el lugar. Azul, roja, azul, roja. Recuerda que tan sólo a algunas calles de ahí su hijo solía participar en torneos de ajedrez. “Era ajedrecista”, comenta. Por alguna razón pronuncia “era”.

Dentro, rodeados de paredes para sentirse protegidos, los padres de Víctor Castro Santillán (el único hijo de los familiares que acompañan a la Caravana en este viaje que han encontrado su cadaver) platican su condena. No les dejaron identificar su cuerpo físicamente, alegando que no existían condiciones sanitarias, pero lo vieron por medio de una pantalla, tienen ese supuesto consuelo. No es consuelo porque aquí andan, rememorando, exigiendo se juzgue finalmente al actor intelectual del asesinato.

Todos aparentan dormir en el piso y pasan la noche a la espera de la audiencia al día siguiente.

Es medio día del siete de julio de 2011. Durante horas, varias personas se convierten en estatuas a la entrada del edifico de la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León. Esperan. El tiempo no es tiempo para ellos, es espera. Se lleva acabo la audiencia del procurador, Adrián Emilio de la Garza Santos, y algunos integrantes de la Caravana. Como es desgraciadamente costumbre, la espera sólo se prolonga. Tendrán que regresar un mes más tarde para proseguir con los casos presentados. A pesar de haber entregado 30 días atrás los expedientes para su inminente revisión, no hay avances concretos.

¿Qué significará la justicia? ¿qué significará la conciencia, el deber, la responsabilidad? Queda claro que no lo mismo para sobrevivientes y autoridades. ¿Y si apelemos a lo natural? Porque todos somos hijos. ¿Resolvería Emilio de la Garza con eficiencia (rápidamente) los casos, si se considerará él hijo de esos padres?

Pero es difícil sentir lo que ellos, los sobrevivientes, sienten. Porque, como dicen, es innombrable, estúpido e inhumano, por no decir incomprensible, no tener un lugar a dónde llevarles flores.

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