martes, 27 de septiembre de 2011

El pretérito imperfecto. Lo que los Estados intentaron controlar


Se dirá que corría el año 11 del siglo XXI. Se contará de la humanidad que habitaba este planeta, que fueron los hombres que vivían una revolución diaria. Mientras en un hemisferio el mundo árabe se convulsionaba y el  último dictador libio anunciaba "Si ellos quieren una larga batalla, entonces que sea larga ¿Si Libia arde quién podrá gobernarla? Que arda", del otro lado de la esfera terrestre, aproximadamente a 11 mil kilómetros de distancia, se arrestaba a dos ciudadanos, en el puerto mexicano de Veracruz, acusados de terrorismo y sabotaje por difundir información incorrecta de ataques de grupos criminales a escuelas primarias en redes sociales. Pero apenas se mencionará que corría el rumor de que todo comenzó en una realidad alterna: en  el cálido y libertino espectro amorfo del ciberespacio. Ese mismo día, aquellas remotas y dispares latitudes se conjugaban y asemejaban porque ambas rompían el paradigma del poderoso y opresor.

La historia increíblemente cierta, sacada de las cloacas del caciquismo mexicano, en la que una periodista y un maestro fueron detenidos arbitrariamente el 25 de agosto de 2011, golpeados y torturados, acusados de ser terroristas cibernéticos sin ninguna base jurídica que lo acreditara, privados de su libertad durante 27 días; no impulsaría ninguna revolución, como lo hicieron los jóvenes libios que llamaron a la revuelta por medio de Internet el 17 de febrero del mismo año: día de la ira en Libia; pero sí vendría a demostrar que el monstruo déspota engendrado históricamente en México no tenía cabida en la nueva e incontrolable realidad web.

A pesar de que el representante de una de las cabezas de esa hidra, el secretario de gobernación local, Gerardo Buganza Salmerón, afirmó “No se juzgará a twitteros, ni se limitará la libertad de expresión y no existirá censura a las redes sociales, pero sí se sancionará a los responsables de actos delictivos que atentan contra el orden social”, y agregó irónica y cínicamente que “Veracruz es tan vanguardista como el Reino Unido, ya que el 26 de agosto en ese país, se encarceló a dos jóvenes que utilizaron el Facebook para organizar y orquestar las revueltas”; las miradas internacionales compararían el caso con los fenómenos sociales árabes y de China. Organizaciones “importantes”, como Artículo 19 y Amnistía, se pronunciarían al respecto, denunciando violaciones a los artículos 7 y 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos firmado por el gobierno mexicano y la ONU, que en el primer artículo se opone a métodos de tortura, tratos crueles e inhumanos contra los detenidos y en el segundo defiende la expresión de los puntos de vista de los individuos, a la vez que se refiere al derecho de las personas a difundir sus opiniones “por escrito o en forma impresa o artística o por cualquier otro procedimiento de su elección”.
Sólo así se presionaría para liberar de los detenidos. La  Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) retiraría los cargos en su contra, pero sin reparación de daños y con la agravante de la aprobación en el Congreso local de la modificación al Código Penal, para crear la figura de perturbación al orden público como un delito menor, todo aprobado y publicado en la Gaceta Oficial el 20 de septiembre, un día antes a la liberación de los apresados, María de Jesús Bravo Pagola y Gilberto Martínez Vera.

Entonces los grandes medios internacionales escribirían que en México las redes sociales no son utilizadas para derrocar a un gobierno sino para  la gente pueda “sobrevivir en su vida diaria”. Y en ese momento se pensaría que “las redes sociales están llenando el vacío dejado por la prensa”. Luego aparecerían dos cuerpos colgados en un puente peatonal de Nuevo Laredo, Tamaulipas, y junto estarían cartulinas con mensajes contra cibernautas señalando “Esto les va a pasar a todos los soplones de Internet”. O se encontraría el cuerpo decapitado de Elizabeth Macías Castro, jefa de redacción del periódico Primera Hora del mismo estado, asesinada por publicar anónimamente en un blog lo que en su medio no le permitían. Y en esos ejemplos se vislumbraría que no sólo se dejó sola a la prensa frente al déspota sino que, en ese descuidado, se colaboró para desinformar a la ciudadanía y posiblemente de ahí, o de cualquier otra grieta, todo se derrumbó.

La gente reflexionaría hasta aquel día, por supuesto, como escribió Thomas Stearns Elliot “¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?/ ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?/ ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?/ Los ciclos celestiales en veinte siglos/ Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo”, a la desmesura del ciberespacio que se mezcla con ésta otra aún más excedida y triste realidad, cuando las ideas de revolución y libertad que flotan en ella aterrizan en este mundo.




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